(Salmo 146.5) «Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, Cuya esperanza está en Jehová su Dios,»
La esperanza de la cual nos habla el Salmista no se apoya en un cálculo matemático de probabilidades, sino en una confianza absoluta en Dios, aun cuando toda probabilidad se haya desvanecido, es estar a la expectativa de lo que Dios tiene en Su corazón para nosotros, es mirar a Dios para que Él nos muestre y siembre en nosotros una semilla de algo que pasará a ser un fruto.
Para que algo de fruto, tiene primeramente que ser sembrado. No podemos esperar cosecha de lo que no sembramos, y no podemos sembrar una semilla que no tenemos. Ahí es donde el Salmista nos revela un secreto maravilloso: miraba a Dios, miraba al Creador, al que es el Origen de todas las semillas que existen.
Todo fruto es el resultado de una semilla que Dios ha puesto al alcance de un cuerpo, sea vegetal, animal o humano. Nuestro Padre Celestial es el origen y el amo de toda semilla, y la semilla más poderosa que posee es la semilla de la fe, no la fe de lo que queremos, de lo que deseamos, sino de lo que Él quiere, de lo que Él desea.
Sembrar lo que nosotros deseamos es sembrar para nuestra confusión, quebrantamiento y desesperación, (Oseas 8.7) «Porque sembraron viento, y torbellino segarán; no tendrán mies, ni su espiga hará harina; y si la hiciere, extraños la comerán.» ¡Qué palabra más tremenda del profeta Oseas!
Pero sembrar la semilla de Dios es sembrar esperanza, no en las probabilidades sino en el ciento por ciento de la certeza, de la seguridad, es estar exento de preocupación. La semilla que Dios da es ciento por ciento posible. Por todo esto, el Salmista declara « Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob » quien tiene a Dios por ayudador, es bienaventurado, no importando su situación, su condición, su estado, es un bienaventurado.